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Algo motiva a los hermanos Coen a la hora de escribir sus películas. Es una sola cosa, no muchas (lo cual ya es una pista). Como buenos judíos, fieles a su herencia cultural, se han sabido bastar con una sola verdad inamovible para conducirse en Hollywood, una sola idea que, al ponerla en movimiento con imágenes del mundo contemporáneo, se catapulta su significado, se actualiza, se enriquece y, al mismo tiempo, se pervierte en el mejor de los sentidos. Es la idea de Dios como destino: el Dios aplastante e impersonal del Antiguo Testamento, Jehová de los ejércitos. Su filmografía es monoteísta y ultra-judía, pero en un sentido estrictamente filosófico y anti-religioso.


Los Coen son religiosamente anti-religiosos porque, al comprender a Dios como destino, no pueden esperar de él sino la muerte y la Nada. Curioso juego de palabras: esperar la Nada de Dios es lo mismo a esperar nada de Dios. La antigua fé en el destino -que contenía la sabiduría milenaria del amor fati, y que era intercambiable por la fé en el Dios de David-, en los Coen se revierte: el destino no nos ama. La idea primordial de la filmografía de los Coen es esa que dice que la voluntad de Dios es, por lo menos, accidental, y que, por ende, lo único que el hombre tiene seguro es su propia inseguridad y desesperanza. De allí su amor por los screwballs comedys, que es la manera más segura y hermosa de poner en escena esta terrible idea. (Aunque si en algo han fallado los Coen ha sido en sus comedias: una idea tan densa no puede usarse con tanta ligereza y esperar que dé los mejores resultados.)


Lo excelente en los Coen radica en sus tragedias; inclusive, su excelencia radica en que sus tragedias son absurdas. En la Antígona de Sófocles, Creonte es castigado por el destino debido a su pecado de soberbia o desmesura. Hay allí un sentido en la tragedia. Por el contrario, las tragedias de los Coen no implican castigos a pecados, ni son aleccionadoras en ningún sentido; sólo hay accidentes o crímenes que se salen de control (Blood Simple, Fargo), infortunios personales (Inside Lewin Davis, A Serious Man, Barton Fink), injusticias entregadas por nadie en específico (The Man Who Wasn't There, The Big Lebowsky), y, más coeniano todavía, injusticias entregadas por un villano que representa la Nada (No Country for Old Man). Sobre esto último, Anton Chigurgh es la carne de lo Absurdo, del Destino, de la voluntad de Nada que se chinga a Todos. En la filmografía de los Coen, el gran villano siempre es el Destino o alguien que lo encarna (lo cual recuerda a Calígula de Albert Camus).


Ahora, todo esto se halla más explícitamente en Lorne Malvo, el villano de la exquisita miniserie Fargo de FX: más parecido a Chigurh que al retrasado mental de la previa Fargo, es un hombre situado más allá de toda regla (y esto en un claro sentido destructor: para Malvo sólo existe la regla del desayuno y la cena). Se trata, en realidad, de un villano de la imposibilidad; no porque sea imposible que exista alguien así, sino porque se caracteriza por actuar más allá del ámbito de lo posible, fuera de toda norma, regularidad y hábito esperable. Esto también es el Destino absurdo. Y por eso también las historias coenianas son siempre sorprendentes. Sus grandes villanos no participan del juego que todos jugamos, sino que están ubicados sobre el tablero; son, en este sentido, como Dios (y como el Dios del judaísmo ortodoxo, como he venido diciendo).


Que los villanos coenianos sean encarnaciones del Dios del judaísmo parece correcto desde que se presentan a sí mismos como un destino irremediable dejado al azar ("Call it," de Chigurh) o una consecuencia no prevista de una mala decisión ("You're screwed. You made a choice, and this is the consequence. Me, I'm the consequence," de Malvo Pero más allá de eso, esta hipótesis parece corroborarse definitivamente cuando vemos a Stavros Milos (el "Supermarket King") ser traicionado por Malvo al más puro estilo del Dios viejo-testamentario, entregándole todas las plagas con las que Jehová castigó al Faraón. No puede ser una coincidencia. Dios da y Dios quita (esto, sobre todo, lo entenderán los fans de la serie). Si Job hubiera vivido en Minnesota, su fe no habría sido probada por Lorne Malvo; más bien Lorne Malvo habría enviado al Diablo a Job para que lo probara.

El cine de los Coen no es matizado; es categórico a la hora de mostrar la bondad y la maldad en el mundo, y es precisamente dicho contraste moral lo que genera tensiones emocionantes en el espectador. Algo que hizo bien la serie Fargo en emular de la película Fargo es eso mismo: contraponer una maldad absoluta -encarnada en sus antagonistas nihilistas- con una bondad absoluta -representada en un cuerpo policíaco familiar, ignorante y débil. Los villanos coenianos son comediantes y creadores que, sin querer nada, arrastran todo a la Nada. La civilidad humana debe saber si entrar al camino que conduce hacia esos dragones, si elevar su humanidad contra ellos o sólo dejarlos ser. Si por algo son interesantes las historias de los Coen es porque funcionan como parábolas; por eso atrapan y seducen a pesar de su anti-realismo. Fargo, la miniserie, es el mejor ejemplo de ello (lo cual es curioso pues ni siquiera se trata de una historia escrita por los mismos Coen).


Si quieren ver una excelente película relativamente nueva tienen que ver Dallas Buyers Club. Esta película, tan inteligente como entretenida (difícil combinación que aquí se logra a la perfección), trata sobre un cowboy electricista texano homofóbico con SIDA que le quedan sólo 30 días de vida. Su nombre: Ron Woodroof, un antihéroe super-moral con el rostro pálido y demacrado, interpretado por un McConaughey mejorado -con ésto yTrue Detective, McConaughey se ha ganado todo mi respeto y admiración. En Dallas Buyers Club, Woodroof pasa de la homofobia más pendeja a la empatía más humana en menos de una hora [de film], luego de conocer y tratar a Rayon, un transexual sidoso interpretado por el también redimido de los últimos tiempos actorales, Jared Leto. No por nada ambos ganaron el Oscar por esta película (en realidad eso era todo lo que la Academia de mierda podía dar a una película tan transgresora).


Dallas Buyers Club no es tanto sobre si Ron Woodroof logra sobrevivir a la enfermedad o no, sino sobre lo que hace y descubre mientras trata de sobrevivir a la enfermedad. Entre la basura que se encuentra: instituciones médicas corruptas e irracionales que no ven por el bienestar de sus pacientes moribundos, un sistema que apoya a dichas instituciones y que destruye vidas humanas en nombre de la Legalidad, el lado puto de la homofobia texana y la hombría de la homosexualidad. (¿No parece ya suficientemente bueno como para no seguir leyendo este review cagado e ir a ver la película de inmediato?) Por lo anterior, bien podría calificar esta película de foucaultiana, ya que pregona un ilegalismo vitalista contra-institucional y archi-individualista, y por criticar directamente las estructuras de conocimiento y poder que se hacen una sola a la hora de oprimir a los buenos individuos en nombre del Capital y la Razón (¿razón de qué y para qué?).


Pero Dallas Buyers Club no sólo es eso; también es una película muy divertida, con buenos chistes, buenos manejos de cámara, buena fotografía, y con gente guapa haciéndola de buenos hombres y buenas mujeres (y hombres-mujeres) en decadencia física y moral, todos en búsqueda de redención física y moral. La moraleja de Dallas Buyers Club: a la mierda con las instituciones si puedes salvarte tú mismo... Dense un tiempo y gocen esta obra de superioridad moral, actos buenos que parecen malos (pero nada es bueno ni malo, sólo es útil a la vida o no) y anarquía funcional (aunque siempre cochina).


Calificación: A+

© 2015 by Cinéfiloenojado

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