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BIRDMAN: el Óscar y la Hegemonía.

  • Foto del escritor: Yev O. P.
    Yev O. P.
  • 23 feb 2015
  • 5 Min. de lectura

La Academia [Gringa] de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, más hip que nunca, premió a Birdman por sobre todas las cosas; lo cual, por alguna estupidez común del gregarismo paisano, le vino bien a casi todo el país, incluida la élite intelectual mexicana, periodistas y escritores, pero que a nosotros nos obliga a cuestionarnos sobre la significación del filme de Iñárritu. ¿Por qué Birdman y no American Sniper? ¿Por qué Birdman y no Selma? ¿Por qué no otra película que elogiara explícitamente la historia gringa, el patriotismo gringo, la buena moral [cristiana]; en suma, los valores gringos? Son varias las razones que me gustaría comentar aquí con la profundidad que se merecen, pero no lo haré por motivos de prisa personal. Una de estas razones es que ya no existe algo así como “valores gringos”; han muerto, ahora sólo vale lo que aumenta el placer personal, y eso es algo muy mutante como para ser referido como un Valor (con esa letra mayúscula que esencializa a la palabra que la usa). La historia, el patriotismo, el cristianismo, ¿acaso importan a la sociedad actual? Sólo a un sector cada vez menor; y es por esto que ya no se puede recurrir a estos valores para coadyuvar eficientemente, de una manera u otra, al control moral de la sociedad actual (que es el obvio fin de la hegemonía hollywoodense). Ahora entremos al tema: ¿Por qué Birdman sí? Todo es cosa de acomodamientos a estados cambiantes del mundo. Si el dominio cultural (esto es, la hegemonía) antes se ejercía reforzando los valores arcaicos por los cuales se mantenían las relaciones de poder, ahora en el mundo libre [de valores], líquido y tambaleante, de lo que se trata es de desecharlos todos y hurgar en el centro del valor de la sociedad actual, para que, una vez aislado, pueda empaquetarse y venderse con la firma distintiva de la marca “Academy Awards”. El mensaje nos pedía un análisis, y ahora el medio que nos entrega ese mensaje nos pide otro. Que la marca de los Óscares haya usado a Birdman, que la haya comprado –como el pez grande cuando devora al pez chico–, ha servido para ponerle el acento final a película tan polisémica, tan abierta a la interpretación (incluso no hay nada mejor para la hegemonía de nuestros tiempos que ponerle esos acentos sutiles a lo que es en apariencia tan libre, tan abierto y tan artístico), y de esa manera cerrarla de manera definitiva con fines políticamente conservadores. Ya no es racional, para la cultura politiquera actual en Hollywood, continuar con la tradición de las ideologías fílmicas y las moralejas cinematográficas; ya nadie cree en eso, y lo que no se cree no sólo no vende sino que tampoco sirve para controlar nada –la desgastada frase de la “muerte de las ideologías” no es sólo un cliché en filosofía, es una realidad. Pero esto no significa que no tengamos creencias y valores; al contrario, la idea de “La muerte de la creencia y de los valores” sólo significa que lo que se cree y lo que vale sólo se ha hecho más oscuro para nosotros, más siniestro y oculto. Es labor de los cineastas sacarlo la luz, labor de los filósofos explicarlo con conceptos (para orientar correctamente lo sacado a la luz), y labor de los “políticos” empaquetarlo y venderlo (para orientar negativamente lo sacado a la luz). Iñárritu hizo su trabajo con Birdman, y sobre ese trabajo la politiquería ha hecho el suyo; ahora sigue a la filosofía poner manos a la obra. Haré aquí otra lectura de Birdman, la connotada por la premiación del día de ayer, o la versión definitiva para la historia, esa que seguramente Iñárritu ignoraba a la hora de escribirla y de la que, tarde o temprano, se habrá de lamentar (a menos que la gloria del Óscar le enceguezca de manera definitiva). En esta versión, Birdman es el elogio más sutil y más pesimista –vean qué contradictorio es esto– del optimismo más burgués y más obeso que puede existir. Lo que oscila en toda la película, oscilación caótica, hermenéutica, poco clara y por eso maravillosamente peligrosa, es la idea de que la trascendencia es, o posible y positiva (es la idea que tiene Riggan), o imposible y negativa (es la idea que tiene la hija de Riggan). Ese es el valor de filme que baja y sube (aunque más que nada baja y baja y baja) hasta hallar un “clímax” en la parte final cuando la hija de Riggan le ve volar por los aires con una tétrica cara de felicidad. Todo es tan ambiguo y tan simbólico que el público se queda en una incertidumbre acerca de qué valor se ha afirmado, si el que defendía la hija de Riggan (pesimismo) o el que defendía el propio Riggan (optimismo)… La pregunta ahora es: ¿qué valor está en consonancia con la máquina hegemónica global que es Hollywood? ¿Qué es lo que está comprando la Academia al premiar a Birdman como Mejor película? Sobre todo, un último acento, el optimista. La extraña felicidad con que la hija ve a Riggan volar debe significar que la trascendencia es posible y positiva…, pero no en el mejor de los sentidos. Esta idea puede tomar matices perversos, sobre todo considerando el contexto de la película, que bien puede reforzar la creencia según la cual es posible una completa y absoluta victoria sobre el fracaso, y alcanzar la trascendencia con base en (auto)explotaciones masoquistas –que es lo que de hecho hace hasta el cansancio la sociedad trabajadora estadounidense. Repito: esta no es la única lectura que puede hacerse sobre tan buena película (yo mismo he hecho una interpretación que alude solamente al proceso creador desde la perspectiva nietszcheana), pero sí debe ser la lectura por la que la Academia no ha tenido ningún problema en premiar y, desde luego, en capitalizar hegemónicamente. El lado oscuro de Birdman parece acomodarse a esta idea del mundo libre que parece defender los valores obesos del gringo promedio: cada vez más inseguro, más oscuro, más desorientado, más esquizoide y más suicida, todavía tiene la esperanza de que llegará a volar con sus propias alas, de que será visto, de que alcanzará el reconocimiento pleno. ¿No sería más fácil si, como los budistas, abrazara el fracaso y dejara de soñar en ese súpermundo -cual Cielo para posmodernos- en que se ha convertido el Reconocimiento humano? ¿No sería mejor dejar de soñar en la Trascendencia y comenzar a hacer de este mundo un espacio de reconocimiento? Lastimosamente, este súpervalor posmoderno ha sido engendrado por este mundo capitalista que, en vez de darnos una sociedad del bienestar (como estaba prometido) nos ha dejado una sociedad del desprecio y del cansancio. No hay necesidad de volar si se puede ser feliz en la tierra.

Así, vista desde el lado prescriptivo, que es ahora la versión oficial –pues la Academia, sobre todo, enseña qué hacer, adoctrina, norma la moral (y de allí su autoridad académica)–, parece una apología de una moral terrible que acosa a la actualidad. Pero vista desde el lado meramente descriptivo, Birdman pasaría a ser un retrato de nuestra sociedad demacrada por estos valores y creencias que subyacen en todas nuestras acciones naturales de desprecio y búsqueda del reconocimiento; en este sentido, Birdman es una crítica. Pero como dije antes, los motivos se desvían, los significados se pervierten, y al final la actualidad debe construirse (para bien o para mal). Esperemos que, en este caso, sea para bien... (Otra vez esa puta esperanza… Que Dios se apiade de nosotros…)

 
 
 

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