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CITIZENFOUR: Snowden vs el Imperio Estadounidense.

  • Foto del escritor: Yev O. P.
    Yev O. P.
  • 11 feb 2015
  • 4 Min. de lectura

Otra película contra el Imperio Estadounidense (pero esta vez va en serio)… Creada por auténticos posanarquistas y futuros ciudadanos de Guantánamo, Citizenfour es quizá uno de los trabajos periodísticos que ha requerido más testículos en la historia del Cinéma vérité. La Historia –sí, con hache mayúscula– transcurre afuera del radar imperial, bajo mensajes encriptados y hoteles ocultos de Hong Kong, y es una observación detallada del nacimiento de uno de los más grandes héroes, soplones y traidores de nuestros tiempos líquidos y democráticos: Edward Snowden. Cual Espartaco de la actualidad, Snowden es el protagonista de esta épica moderna enmarcada en el contexto de la Ciberguerra y el Panóptico digital. Sólo que aquí nada está prefijado, no es un guión de ficción. El arco del protagonista sigue abierto; Guantánamo queda como opción para todos, periodistas y hackers, revolucionarios y fotógrafos. La traición al puerco se paga cara. (Pero el puerco de hoy es el tocino de mañana, dice HST.) El ojo detrás de cámara es Laura Poitras, directora de cine con un trabajo multipremiado, genio recipiente de la beca MacArthur y reconocida crítica de los Estados Unidos post-9/11. Como puro periodismo gonzo pero llevado al límite de las fuerzas políticas –o como misión suicida, inclusive–, Poitras se reúne con Snowden para hacer una historia sobre ellos mismos haciendo Historia. Suena exagerado, pero es así. Con Poitras como observadora, Snowden es entrevistado momentos antes y después de revelar al público internacional información clasificada de la Agencia de Seguridad Nacional (ASN), la cual había recopilado durante los años en que trabajó allí como ingeniero y administrador en sistemas, y en la que se hallan planes de vigilancia global mediante programas que espían sitios comunes de Internet (Facebook, Google y Yahoo), así como otros programas que localizan y restauran datos de teléfonos móviles (de Verizon, sobre todo). Planes secretos de espionaje internacional, el Individuo frente al Estado, paranoia y terror, templanza e inteligencia, desde Hawaii hasta Hong Kong, y de Hong Kong a Moscú: eso es Citizenfour, básicamente. Y no es ningún spoiler. Es historia vieja, de hecho; nada que no se hubiera visto hace un par de años en todos los periódicos del mundo. Pero una cosa es leerlo como nota y otra verlo en tiempo real, co-vivirlo. Poitras hace una obra de arte de un fragmento de la Historia que merece mucho más que la atención; merece la experimentación vívida. Sólo así uno puede comprender la humanidad de Snowden, sus deseos y miedos, sus tácticas y movimientos, e incluso sus amores perdidos. Citizenfour es una crónica visceral de una revolución vigente. También es excelente cine. Pero más allá del cine, Citizenfour debe ser leído -aparte de como una crónica de las batallas contra la súpervigilancia del Imperio Global- como un tratado de moral política actual. Snowden no se muestra como un revolucionario con boina y un plan perfecto para cambiar el mundo; sólo es alguien que sabe decir que NO. Aunque parezca débil a unas pocas mentes retrógradas, hay gran sabiduría en el acto de negar el consentimiento a las autoridades que poco a poco se van haciendo del control absoluto de la vida. No se necesita más. Quien pueda hacer en su situación algo que siga una razón democrática específica, que lo haga, y que no se deje llevar por la comodidad o la intimidación; que sepa agarrarse a putazos con quien no debe, aunque sea él solo. Mientras pueda hacerlo, debe hacerlo. Esa es la nueva máxima moral política para el revolucionario tardomoderno, ya cansado de las promesas de unificación social pero también harto de su propia vida desunida. Esto es algo que puede hacer, y que debe hacer en orden de salvarse: acción concreta en el lugar correcto; lo Único diversificándose en todos los frentes; periferia desorganizada pero constante y consciente. “Mil pinchazos de agujas matan tan certeramente como un solo golpe de concreto.” Esto es cierto y útil. Aunque también es cierto y útil para el Estado, el cual maneja ambas técnicas de trituración... Como dije al principio, todo es pago de la traición… ¿Pero de qué se siente traicionado el puerco? No es tanto una traición a sus principios de proteger la información de la ASN, sino una traición al proyecto del Imperio Global. Y no quiero que se entienda aquí ese imperialismo del que cantaba Chávez todas las mañanas, sino el proyecto de Imperio que, aunque comenzó en Estados Unidos, se prolongó hacia todos los demás estados-nación, a veces incluso a expensas de los Estados Unidos. (No por nada, hacia el final de la película –y no seré preciso por amor a ustedes–, queda muy clara la participación secreta de otras naciones en el súperproyecto gringo de vigilancia global.) De lo que se siente traicionado el puerco es de su intento por volver a hacer sólidos los tiempos. Esa libertad ganada por la revolución tecnológica –que han sabido aprovechar las [desorientadas pero libres] masas ciudadanas– se tradujo en libertad perdida para el puerco promedio. Véase esto en cualquier país con aspiraciones primermundistas (ese Primer mundo real, no ideal), incluido el México del Pacto con el Diablo reformista. De lo que se trata para las clases políticas es de recobrar esa libertad perdida; volver a la era de Gutenberg de las buenas prácticas políticas –“buenas” por “bien ejecutadas”– en la que el mensaje del medio era el eco resonante de los centros, y todo era fácil de administrar, tiempos de periferias sin Quinto poder, y mundo donde la pobreza y la muerte se regalaban de manera ordenada y pacífica, y el puerco corría libre... ¿Pero qué mierda estoy haciendo, escribiendo todo esto por aquí? No debería. Pero muchas veces debemos hacer las cosas que no deberíamos (piénsese que el sinsentido de esa frase no se compara con el sinsentido del Deber imperial). De Citizenfour puede extraerse un miedo, sí, pero también un coraje que empuja a un heroísmo líquido –débil, múltiple y negativo– que no consiste en hacer gran cosa pero sí en hablar mucho y quedarse en casa acostado esperando un arresto imaginario... Al final, es más paranoia que otra cosa... Ni que fuera Snowden... (Aunque el punto es intentar serlo, ¿por qué no? Lo más que se pueda, si se puede...)

 
 
 

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